Hay una generación que lo recuerda vagamente: con su abrigo amplio, polera, micrófono en mano. Con sus 34 años, el habla clara, la mirada expectante. Sus interlocutores tienen cascos verdes y medias sonrisas. El escenario: una perla austral perdida… No. Querida. Fría, ventosa, lejana. Triste. Nuestra. El recuerdo, en blanco y negro o en tecnicolor, suena también con esa marcha, con una plaza que grita ´vivas´ y también abuchea, y con voces maternas que aconsejan: “Comé todo, que los soldaditos de Malvinas no tienen qué comer”. Cartas, sweaters y chocolates en cajas. El pensamiento, también vago, en las cabezas de quienes fueron niños en el ’82: “Seguramente ya va a mostrar cómo les llega todo esto a los soldados… héroes”.
Nicolás Kasanzew , en un mediodía cálido, entra en el icónico Florida Garden para hablar con LA NACIÓN. El bar notable, que supo recibir a glorias pasadas como Jorge Luis Borges, fue elegido por él como punto de encuentro. Quien fue el cronista de guerra del antes llamado Canal 7 llega con una camisa celeste y pantalón de vestir. Elegante, saluda con amabilidad. Se disculpa por los pocos minutos de demora. El habla clara, la mirada opaca. Viene de Maswichtz, donde vive. Sus ojos, durante la entrevista, se iluminarán al hablar de la adrenalina del periodismo, al dar algún dato que puede generar polémica y cuando presenta a su flamante esposa, Teresa. Sí, Kasanzew llega acompañado por la mujer con la que se casó hace pocas semanas. Jovial, simpática, de colores.