“Mucha arquitectura hay por acá”, escucho decir a dos hombres que pasean con entusiasmo por la City, el distrito financiero de Londres.
Como buenos turistas, miran hacia arriba. Y posan sus miradas en una moderna fachada de piedra, bronce y vidrio que deja asomar a su espalda la catedral de San Pablo.
La nueva sede central del gigante financiero Bloomberg en la capital británica, diseñada por el arquitecto Norman Foster, no pasa desapercibida, aunque despierta una curiosa sensación: el edificio es nuevo, pero parece que siempre estuvo allí.
Sus texturas, colores y dimensiones reflejan la estructura de los edificios vecinos y le permiten destacarse sin exhibir demasiada arrogancia.
En el interior, la sobriedad desaparece.
Un voluptuoso techo de madera en el vestíbulo principal da la bienvenida. En su centro, una enorme instalación del artista danés Olafur Eliasson me hace mirar hacia arriba y me devuelve mi propia imagen distorsionada.
Convertida en turista, me adentro entre esos bloques triangulares que se transforman a mi paso en una rampa ascendiente y que anticipan un bloque de oficinas muy poco corriente.
Son, de hecho, las oficinas “más sostenibles del mundo”. Sin embargo, sus paredes a modo de branquias “respiran” el aire de una de las ciudades más contaminadas del planeta.