Las nucleares de Tarragona han dejado una inversión de más de 1.300 millones de euros en la última década. Ahora, las centrales de la provincia —Vandellòs, en Baix Camp, y Ascó, en Ribera d’Ebre— contemplan con inquietud el cierre de la burgalesa Santa María de Garoña, una central muy similar en cuanto a diseño económico. Los ayuntamientos están preocupados por las consecuencias económicas: son conscientes de que el cierre de Garoña marca el futuro que, a medio plazo, espera también a Vandellòs y a Ascó.
Gemma Carim es la presidenta del consejo comarcal de la Ribera d’Ebre, una comarca muy machacada por la crisis económica y que teme por el apagón de la nuclear. Las dos unidades operativas de Ascó son un motor que genera centenares de puestos de trabajo. “Entre directos e indirectos, son más de 1.000 trabajadores ocupados y, en caso de cierre de las nucleares, el impacto es absoluto”, dice Carim. “La mancha de aceite es extensa”, añade. Admite que la clausura de Ascó I y Ascó II es una realidad que no podrá coger a nadie por sorpresa. Será a partir de 2023 cuando las dos centrales, igual que Vandellós II, entrarán en la zona roja de su longevidad. Es una incógnita saber si habrá prórrogas que alarguen su ciclo de actividad.