Tal vez resulte equívoca la imagen de la despedida. La instantánea final de un hombre frágil, debilitado, cuyas escasas fuerzas le hicieron imposible sobrellevar las secuelas finalmente irreversibles del golpe en la cabeza que le dejó un accidente doméstico ocurrido hace unos meses.
La verdadera identidad de Federico Luppi y su auténtico rostro como artista están en otro lado. Fue una de las figuras artísticas de las que más se habló durante las últimas cinco décadas en la Argentina. En su momento de esplendor supo encarnar en el cine al hombre íntegro, tenaz, obstinado hasta el final en la defensa de sus principios. Se empeñó en levantar esas banderas hasta las últimas instancias, consciente en más de una ocasión de que pagaba un precio muy alto al exponerlas con persistencia, terquedad y hasta alguna intransigencia.
Se lo recordará por la inmensa cantidad y calidad de películas en las que participó, al punto que fue uno de los mejores actores de cine que dio la Argentina. Pero también quedará registrado en cualquier revisión de su vida una serie de episodios personales mucho menos gratos. Su nombre estuvo involucrado en denuncias sobre violencia de género y el caso de una supuesta paternidad no reconocida. También se enredó en discusiones fortísimas con colegas y personalidades públicas luego de apoyar en bloque y de manera incondicional las políticas del kirchnerismo.
En el cine siempre quiso jugar del lado de los héroes, aunque a veces se permitía explorar las zonas más oscuras de sus personajes. “Es un frontera. Borracho o perdido nunca pierde la dignidad”, decía José Sacristán del personaje de Luppi en en un momento extraordinario de Un lugar en el mundo, cumbre indiscutida de sus apariciones en el cine y de su magnífico trabajo como actor fetiche de Adolfo Aristaraín. En las cinco películas compartidas por actor y director (las otras fueron Tiempo de revancha, Ultimos días de la víctima, La ley de la frontera y Lugares comunes) quedó tallada a fuego la imagen definitiva de Luppi como gran actor de cine. Pedro Bengoa, Raúl Mendizábal, el maestro Mario, El Argentino y Fernando Robles no hubiesen sido en otras manos personajes tan enteros, magnéticos, poderosos y a veces entrañables. Luppi se comprometía desde sus personajes a librar conflictos y peleas propias de su tiempo, pero nunca dejó de transmitir desde la pantalla un estilo bien clásico y una estampa arquetípica que no hubiesen desentonado en algunas películas de género de la época dorada de Hollywood.