Con la cercanía del Mundial, dentro del Gobierno crecería la expectativa de un efecto anestesia que sirva para amortiguar el deterioro pronunciado de su imagen.
No es ninguna novedad que el mundial aviva pasiones y genera una euforia nacionalista. Cambiemos precisa un acontecimiento eufórico que le sirva para licuar el descontento con la gestión y el rumbo económico del país. Así como el kirchnerismo tuvo con el Bicentenario ese gran impulso nacionalista que permitió pausar momentáneamente el clima de tensión generado por algunas medidas económicas de Cristina Kirchner, parece lógico asumir que un buen desempeño de la selección nacional en la Copa del Mundo sería para Macri motivo de alegrías que exceden lo meramente futbolístico.
TwitearDesafortunadamente para el oficialismo esto parece improbable. Supongamos que Argentina juega bien en el mundial. Supongamos que gana cómodamente y avanza sin problemas a octavos de final, y a cuartos de final, y sigue. Muy emocionante, sin dudas. Ahora bien, ¿podría cambiar eso los drivers fundamentales del descontento político? Difícilmente.
A lo largo de este año, los estudios de opinión que hemos realizado muestran que los problemas de orden económico se imponen a otros problemas en el ranking de preocupaciones de los argentinos. Por ejemplo, un problema que capitalizaba políticamente Cambiemos era el de la falta de transparencia y la corrupción. Cuando Macri asumió y durante gran parte del primer tramo de su mandato este era el principal descontento de los argentinos ante el que Cambiemos lograba transmitir confianza. Ahora bien, ¿qué pasa con el problema de la corrupción? Es un problema que se vive, digamos, en tercera persona. En cualquier grupo focal el problema de la corrupción se enuncia de este modo: “los políticos son corruptos”. ¿Cómo se enuncia un problema económico? “No me alcanza”, “no puedo pagar los servicios”, “no llego a fin de mes”, “no encuentro trabajo”.
TwitearCuando los problemas empiezan a ser en primera persona la evaluación pública de un gobierno se vuelve más severa y los “errores” más difíciles de disimular.
Sigamos suponiendo que a Argentina le va bien en el Mundial (todos queremos que le vaya bien, como queremos que le vaya bien al Gobierno). Naturalmente la conversación pública, tanto en los medios como en las sobremesas familiares, en las oficinas y en la calle, va a concentrarse más en el Mundial. Como el tiempo de conversación es limitado, cuánto más hablamos de una cosa menos hablamos de otra. Hablamos más de Lionel Messi, menos de las tarifas. Esto también lo espera el Gobierno. Pero los problemas de los argentinos, al menos tal y como los percibe la mayoría, no desaparecen con menos conversación. Siguen vigentes en las boletas, en las góndolas, en los recibos de sueldo y en los avisos clasificados.
Twitear¿Qué quiero decir con esto? Que la problemática social trascendió la esfera mediática y conversacional. En efecto, el mundial puede pausar o ralentizar el descontento, lo que no es poca cosa para un Gobierno que precisa ganar tiempo. Pero a la larga no cambia nada. Los problemas siguen y demandan soluciones concretas que impacten en la vida cotidiana de los ciudadanos. Problemas en primera persona requieren soluciones en primera persona.
Quizás la falta de entusiasmo que despierta este mundial en comparación a anteriores se deba no solamente a las pocas expectativas que genera la selección sino también a la desconexión que siente la opinión pública respecto a las narrativas exitistas sobre logros improbables, tanto en el fútbol como en la política.