En el Valle del Rift, en Kenia, Samson Kamau estaba sentado en su casa pensando si sería capaz de regresar a trabajar.
Tenía que haber estado en un invernadero en las orillas del Lago Naivasha, como era su costumbre, empacando rosas para exportar a Europa.
Pero los vuelos de carga no pudieron despegar debido a que el volcán islandés Eyjafjallajökull, sin haber pensado en ningún momento en Samson, había arrojado una nube de peligrosas cenizas hacia el espacio aéreo europeo.
Nadie sabía cuánto iba a durar la interrupción. Los empleados, como Samson, temían perder sus empleos; los empresarios tuvieron que tirar toneladas de flores que se estaban marchitando en cajas en el aeropuerto de Nairobi.
Los vuelos se reanudaron a los pocos días. Pero esta interrupción ilustró de forma dramática cómo la economía moderna depende de la aviación, más allá de los 10 millones de pasajeros que toman un vuelo cada día.
Eyjafjallajökull redujo el rendimiento global en casi US$5.000 millones.